Corría el año de 1857, una tarde de júbilo para el pueblo mexicano, Juárez regresaba a la ciudad de México después de la derrota y fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo. La algarabía estaba a flor de piel, los ideales de los liberales por una República que dejara atrás los privilegios del clero y de la clase burguesa parecían verse cristalizados.
Desde el castillo de Chapultepec Benito Juárez se encaminó al Palacio de gobierno, el marco era perfecto, parecía estar en sintonía al festejo que tras sangrientas luchas del pueblo erradicaban el Imperio.
De manera pausada el recorrido se desplazó pasando por Bucareli y la Alameda Central, las expresiones de júbilo, los ¡Viva! y las felicitaciones se prodigaban hacia la persona que no desfalleció en su lucha por defender sus ideales.
El momento supremo se alcanzó cuando desde el balcón presidencial, Juárez expidió un manifiesto con una frase que pasaría a la historia:
“… Mexicanos: encaminemos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz. Bajo sus auspicios, será eficaz la protección de las leyes y de las autoridades para los derechos de todos los habitantes de la República. Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.”
RESPETO, valor incalculable y fundamental para una convivencia armónica, sin embargo, ¿qué pasa actualmente?, a merced de quién se encuentra la paz de la nación. En dónde se encuentra el respeto en la escala de valores de cada uno de nosotros y que tan congruente es con la acción.
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